miércoles, 6 de diciembre de 2017

Un día creé este blog solo para poder vomitar todo lo que necesitaba decir, para poder sacar de mi sistema todo lo que necesitaba comentar.

Han pasado tantas cosas.
Tantas vidas.

Me he perdido y he ganado tantas cosas más.
Las dosis se acabaron, el sol volvió a salir.
La luna comenzó a velar cada noche más seguido mis sueños, y los fantasmas se fueron.

Ya no habían tinieblas. Podía ver la luz al otro lado del túnel.

Un día volví a reconstruir esas alas que tanto había maltratado y dañado, con un poco de cariño y corazón las volví a levantar, y de a poco, con torpeza y miedo, me volví a lanzar a volar.

Encontré almas que no pensé tendría el privilegio de conocer
Me castigué por todos los errores que cometí, y pesar de que seguí (y sigo) viviendo con la inseguridad de si mis pasos van en el camino correcto, sigo marcando el tiempo de cada uno.

Cada persona que conocí, cada persona que comencé a amar (de manera tan sincera, que duele). Amigos y lazos que no esperaba. Gente que puedo abrazar, otros que con palabras me pueden consolar (y que por ¿mala suerte? ¿mal escrito del destino? no puedo tener conmigo como me gustaría, y me debo conformar con palabras escritas y emoticones de colores). Una red que se tejió hebra por hebra, con tanto tacto y paciencia.

Un día me levanté y descubrí que lo que estaba haciendo para mi no me hacía feliz. Y tomé una decisión que siempre lleve bajo la piel, pero siempre tuve miedo de pronunciar.

Y hasta ahora, casi dos años después, estoy segura que fue lo mejor que pude hacer. Me liberé, sonreí, me llené las venas de una sensación poderosa, del saber que las cosas que hago ahora son por gusto, ya no siento tanta obligación, ya no tengo tanto miedo de seguir. Y quizás, si cierro los ojos, puedo imaginarme un futuro como nunca antes lo hice.

Ya no es tan difícil, ya no duele tanto.
Los días no se vuelven tan pesados, y las noches no parecen tan largas. Ahora las cosas parecen fluir como deberían, los ríos parecieran querer volver a sus causes.

Un día decidí que no podía seguir haciendo lo que estaba haciendo. Que no podía seguir alejándome de personas que solo me habían deseado cosas buenas en las vidas.

En ese momento volví a ser como era antes. Dejé la frialdad que había construido y me volví a abrir. Como un molusco, al viento y al mar.
Pedí perdón, rogué misericordia y lloré.

Y a pesar de no merecerlo, lo recuperé. Volví a encontrar esas sonrisas que había perdido, y volví a montarme en aquel buque que rompe las olas cada tarde.

Un día me convencí que nada puede ser tan terrible, y que hay que tener fortaleza para poder seguir aquí.

Y ese día también me cuestioné cuánto durará esto, porque sé que no estoy hecha de solo carne y huesos, y conozco lo que viaja por mis arterias.

Porque sé quién soy, y qué puede pasar.

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